¿Alimentos imperecederos con fecha de caducidad?
Liese la manta a la cabeza
Que el pedrisco, cual tigre, acecha
—Taimado, sibilino—,
En pos de la liebre libre
Que incauta bebe en natural aljibe.
Aguas mansas la acompañan
Al tañido de una campana lejana,
Cual tamborrada de golpes secos;
Prefacio de sentencia en firme.
Una premonición: el azufre llena el aire...
Y el vacío que ahora deja, ocupa
El alma libre de la liebre ilusa.
Sé tú
El ujier que mantenga
Esa puerta abierta
A un refugio, siempre
Que haya ausencia de luz.
Sé tú
El amparo de esos hombros
Caídos, no al olvido, sí al conflicto
De nadie más, salvo consigo mismos
En una noche de negra luna que tiende a azul.
Sé tú
Quien descorra y corra el visillo
Para dar paso a la aurora,
Inspiración que en ti germina
Y hace de tu alma ese jardín que tanto buscas
Con certero acierto o al tuntún.
Sé tú.
Sólo tú,
Pues la imprenta fue el mayor invento
—Y el mejor copista—
De la historia: la de todos.
Pero, la tuya, la inventas tú.
A nadie en particular,
Pero a todo el mundo en concreto,
Va ese silente grito:
Uno, por cada bala
Abriéndose paso en el cuerpo de un niño.
Otro, por cada boca
Que deja los buenos días
Para embriagarse de noches eternas,
Frías y segadas con guadaña
En tiempo de cosecha, ya de por sí, malograda.
Y otro más, que no encuentra fecha
Para dejar las flechas de la discordia,
Absurdas ferias del horror televisado,
Sin pudor ni reparo.
Humor malsano
Y disfraz perfecto de entretenimiento macabro.
Y yo pregunto a ese Genio angelado
Que huyó, sin más, por espanto
¡¿Hasta cuándo tanto...
Tanto nihilismo que nos tiene maniatados?!
A todo el mundo en concreto
Y a nadie en particular,
Pedir un ridículo favor:
Mirar desde tus adentros al monstruo;
No mires para otro lado.
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Entre Luces que proyectan sus Sombras, traducidas a Palabras,
navegamos por El Claroscuro del Arte...
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Vuela, vuela amigo, vuela
Sobre esquejes de pimienta.
Corre, corre amigo, corre
Y deja atrás toda amarga espuela.
Ríe, ríe amigo, ríe
¿Quién dio nombre a la vergüenza?
Come, come amigo, come
No vaya a ser que un día no puedas.
Bebe, bebe amigo, bebe
De un manantial su pureza.
Y sueña, sueña amigo, sueña
Con que soñando se quede la guerra.
Gritos de voz quebradiza
En famélicos vestigios de ardua guerra
De aguerridos valientes
Cuyos dientes, si cabe, ya rechinan.
Y con chinas del sendero, los pobres, ya tropiezan.
Bostezan del cansancio los más,
Mientras sus masas óseas
Erigen futuros columbarios
Que varios ya transforman en dólmenes idolatrados.
¿E ilustrados?
Pues en medio de tanto magistrado
Habrá alguno que pise con pies descalzos.
Ah, si fuese, si fuese siempre.
(Verso original del poema
PESO DE LAS SUAVIDADES,
de José Domínguez Hoyos.
*Aplicada una ligera modificación aquí.
Con el alma entre brasas
Ese Faquir se escapa
Y por el vaho de los anhelos
Se va dejando envolver
Para a tiempo llegar
A su ansiado amanecer.
Y tiempo es, tal vez,
Lo que cree que le falta
Aunque...
En verdad, y más bien, le sobre.
¡Ay de ese Faquir, ay pobre!
¡Cómo siempre se autoengaña,
Tomando al trigo por cizaña
Cambiando bronce por cobre!
Ah, si no fuese, si no fuese siempre.
Luna nueva en el Sol
Arraiga en las nubes,
Va ahí sin solicitudes,
En mutua virtud su amor.
¿Adónde vas, por qué huyes?
¡Muéstrate en todo tu ardor
Y coloréate en tu arrebol
Mientras restas latitudes!
Tu haz clávame en el pecho
Para que inserto quede
Tu pálido deseo:
Ser bello satélite
Que trasciende el recuerdo...
¡Que vive y nunca muere!
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Tú, edificio acristalado conocido por jugar con el tiempo y otros amigos, de puertas afuera, pareces robusto, mas te sabemos frágil, transparente, indefenso; en efecto, ausente... a pesar de abierto prodigarte.
Por inquietarte, ni los rayos solares, a quienes tratas indiferente. A los ecos vespertinos, gran vacío les haces: los dejas en fila correr hasta que atrapado contigo queda el último; paso musí su camino incierto, ya errante.
Y la noche... Cuando ella llega, se asoma y asienta, de pronto te opacas, enmudeces en sombras que son tuyas y no alojas, aunque lo ameriten. Las rehúyes y conviertes en cortinaje perfecto de suave y dúctil tacto, que engalana la nostalgia irradiada por los crípticos ojos de una noctámbula luna, ya menguante en tu inconfeso delito y... capricho: que tú, Destino, rehúsas dejar de ser niño...
Dijo un pastor a su oveja:
–El Universo que nos rodea
Suelta su tormentosa cometa
Trasteando en su buhardilla,
Resuelta a ‘el juego de la silla’
Entregarse, para luego ella
Lanzarse deprisa a por la suya:
La más lustrosa o vanguardista,
Aquella con la que dejar huella.
–¿Pero cómo se llama la niña?
–Creo que ya sabes la respuesta.
Mis manos...
Desabridas, amanecen laceradas
A falta del contacto de tu tacto.
Mis pies...
Aletas de pez buscando confusos
Su equilibrio en el aire usurpador de su océano.
Mis ojos...
Aves enjutas, blancas palomas
Con pretensión de ser águilas en tu cielo.
Mi mente...
Primorosa, tu advenimiento aguarda,
Instante en que toda ilusión vuelve a la nada.
Mi voz...
Dulcemente, entona y te toma la palabra
A la espera de tu faz, que todo velo desvela.
¡Manos, pies, ojos, mente, voz!
Sea, pues, que al Conocimiento abramos la puerta,
Donde Todo... Es Uno.
Como flor de un día, tal es de efímera la vida.
Pétalo a pétalo cual granada se desgrana
Doliente o risueña: de viva, apenas segundos pasan, y en naturaleza muerta inmortalizada.
Colibrí curioso de pistilos ávido al que, de golpe, cortan las alas.
¿Y a qué sabes, a qué hueles pues tu esencia nos colapsa? ¿Quizá a esa misma flor, mortecina ahora?
Mas tu sabia, codiciado néctar que a los que quedan regalas, envuelve en posada de nácar
A la espera, siempre a la espera del último viaje con destino ¿a la nada?
Se oyen gritos en la noche,
Decibelios cual puñales
Sentenciando con ecos de pasiones.
¿O es la mente quien desvaría,
La que se sueña volviendo a la Vida?
Quizá no distinga realidad de ilusiones.
Quizá despierte entre duchos tambores
Contoneando en la oscuridad estrellada,
Como en ritual oculto, su etérea figura
Para hallar compleción
O, acaso, coherencia,
Albores de miradas indiscretas,
En ofrenda al Cénit donde habitan sus dioses...