«¡Quince años desde que dejé mi tierra! Si nací del mar y… ¡su sal! No me explico qué hago aquí en Berlín, tratando de encontrar el camino ¿que me lleve a mí? Ridículo.»
Salimar Moreno, malagueña de cuarenta años, dedica, mal que me pese, su vida, a la decoración de interiores —ajenos—, mientras el suyo brilla por la ausencia de orden ni concierto. Qué irónica la vida.
Otra jornada “memorable”, y gris, en el estudio compartido con Günter Schneider, su colega, a quien ignora adrede o, directamente, lo único que le importa es diseñar la distribución ideal —layout en su jerga— de la que cualquiera presumiría. De cabeza a mi programa: Marginados anónimos. Siempre hay una primera vez para todo, como todo toca a su fin.
De repente, quiebra el silencio una voz de niña inocente. Salimar lanza inútilmente una mirada escrutadora sin dejar