Gota indecisa, ruedas al borde del desamparo.
«¡Quince años desde que dejé mi tierra! Si nací del mar y… ¡su sal! No me explico qué hago aquí en Berlín, tratando de encontrar el camino ¿que me lleve a mí? Ridículo.»
Salimar Moreno, malagueña de cuarenta años, dedica, mal que me pese, su vida, a la decoración de interiores —ajenos—, mientras el suyo brilla por la ausencia de orden ni concierto. Qué irónica la vida.
Otra jornada “memorable”, y gris, en el estudio compartido con Günter Schneider, su colega, a quien ignora adrede o, directamente, lo único que le importa es diseñar la distribución ideal —layout en su jerga— de la que cualquiera presumiría. De cabeza a mi programa: Marginados anónimos. Siempre hay una primera vez para todo, como todo toca a su fin.
De repente, quiebra el silencio una voz de niña inocente. Salimar lanza inútilmente una mirada escrutadora sin dejar
Eres forja de nueva episteme
Con tus soledades por palmeras,
Cubriéndote las espaldas
—En prevención— por si te pierdes
Donde los silencios siembran sus rosas,
Silvestres entre cumbres borrascosas
Recelosas del saber alumbrarte.
Y dan caza a tus aves imaginarias
Entre crótalos y añagazas.
A despertar de eternas duermevelas
Te invito en la ausencia perenne:
Solsticio en Luna Nueva.
Arquitecta quise ser
Para proyectarte un cielo a medida.
Economista,
Para engrosar tu haber con mi vida.
Guardaespaldas,
Para velar tu sueño a escondidas.
Filósofa,
Y así al Amor sacarle nuevas teorías.
Hasta piloto quise ser
E iniciar un vuelo para que el viento nos persiga.
Por qué no alfarera,
Y moldear tu piel con prosa, sin prisa.
O jardinera,
Para avivar las primaveras tardías.
Historiadora,
Y registrar tus hazañas con gallardía.
Mística también,
Canal de inverosímiles profecías.
Paisajista,
Para al horizonte extenderle sus millas.
Locutora de radio,
Y en tu oído jugar a qué quieres que te diga.
Y escritora, escultora
Y un largo etcétera para quedarme con una...
Insólita, simple, concisa:
¡Rehén!
Para en tus brazos permanecer cautiva.
«¿Dónde está el alma?», verso original incluido en
la obra «Mujeres que corren con los lobos»,
de Clarissa Pinkola Estés.
El aullido de la loba
Es dónde está el alma.
El mío, aún sin forma,
De qué pasta se hace.
Quizás haya huido
En busca de un sentido:
Ése, el de pertenencia.
Ella camina a ciegas,
Viste con carnes ciegas
Para darse un capricho
Sin tener favorito.
Libre de ataduras,
Atraviesa el bosque,
De sus copas renace;
Las ramas, su armadura
Con que emprender sus luchas:
La vida - muerte - vida,
Ciclo cuyas semillas
Va sembrando su viaje.
¿Itinerario nuevo?
El mismo le parece.
Mas ella se complace,
Joven - vieja lobuna,
En su conocimiento
De que de nada sirve
Ir a ninguna parte
Desnuda de sí misma.
En un mundo
Donde todo se interpreta,
Se mide o se pesa
No es extraño ver un cielo
Cabalgando entre culebrinas.
Todas blancas en mayoría,
Aunque, a veces, se antojen amarillas.
En lo más profundo
Se hunde poco a poco todo sueño
De selfactinas hilando
Los misterios de una nueva vida
Que grite, no cubique
Y emociones tenga todavía...
Dos cuerpos desnudos
En un puño,
Deshojando sus claveles
Teñidos ya de armiño,
De su tiesto andan sacando sus labios,
Jugando a contar las gotas de su océano...
Sumido en mil noches de carnes
Entrelazadas en un nudo...
Picardía.
Deshacerse de él ninguno quiere,
¡Nunca llegue el día!
Pues su magia, entienden,
Durará sólo segundos
De dos almas con rumbo infinito...
Sin cobardía.
Plenos, grandes y, al mismo tiempo,
Menudos.
En flor, son dos capullos
Anhelando juntos un futuro...
¿Tanto tiempo ha pasado?
Es curioso que tan sólo un segundo albergue tantos momentos, desde el mirlo que salta de rama en rama en busca de su juguete mientras es el crepúsculo quien lo baña. E igual las copas duermen sus hojas hasta el despertar del alba.
Pero, insisto, ¿tanto tiempo ha pasado?
Canta el gallo a la espera del Rey Astro y sus rayos, cual trovador de juglaría, a que anuncie un nuevo día. Ramas de rayos, sus rayos, encendidas invitan al mirlo, mariposas y avispas a enredarse en sus licores, tintes que colorean la vida.
Y en medio, yo, cual paria sin prisa, como observante de mí misma, veo en todo ello el afanado trasiego plasmado en mi ejército de hormigas que, por cierto, ¿son quienes el tiempo cuentan y acuñan?
Rebeldes con causa aparente se prodigan mis sentimientos por insospechados lugares.
Mares...
Mares que llevan y traen por doquier, de un nuevo no tan nuevo amor, sus pilares.
Fructífero desempeño si sacarlo de paseo nos convierte en seres inmortales.
¿Seremos capaces de dormir al Sueño, personado en un tal señor Morpheo?
Para ello, y así lo creo, tenenos talento.
Dicen que quien hizo la ley, hizo la trampa.
Si nuestra ley es transgredir, romper sus reglas ¿no llevará acaso la trampa nuestra marca?
¡Pasen, vean y del denuedo hagan justa gala!
Y ustedes disfruten, ya que la Vida guarda y atesora sólo un secreto:
Que así como viene, tan pronto se va...
Se hacía de rogar, pero... ¡Aquí está!
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