Gota indecisa, ruedas al borde del desamparo.
Sé tú
El ujier que mantenga
Esa puerta abierta
A un refugio, siempre
Que haya ausencia de luz.
Sé tú
El amparo de esos hombros
Caídos, no al olvido, sí al conflicto
De nadie más, salvo consigo mismos
En una noche de negra luna que tiende a azul.
Sé tú
Quien descorra y corra el visillo
Para dar paso a la aurora,
Inspiración que en ti germina
Y hace de tu alma ese jardín que tanto buscas
Con certero acierto o al tuntún.
Sé tú.
Sólo tú,
Pues la imprenta fue el mayor invento
—Y el mejor copista—
De la historia: la de todos.
Pero, la tuya, la inventas tú.
Hablar de Federico García Lorca es hablar de dualidad. E, irremediablemente, hacerlo de ésta es internarse ya no en un mar, sino un océano de contrastes. No tanto en el sentido más estricto de la competitividad, pero sí en el de la búsqueda de la complementariedad perfecta tal como la concibe el propio Lorca.
SONETOS DEL AMOR OSCURO la considero una obra donde nuestro autor da rienda suelta a su espíritu jovial —y no menos disruptivo— en ese juego de "decir sin decir" o, en su caso, "decir mucho en poco" y que nadie (o casi) querría que se dijera, al menos no en público, siempre alzando copas a rebosar del gran reserva de litros que mantengan las apariencias. ¿Resultado? Todo un elenco de pocos versos, catorce por cada poema albergado aquí, que en realidad ejercen de disfraz perfecto para esas espadas endecasílabas de doble filo consonante.
Porque, dado el clima tan represivo con el que le toca codearse, lo suyo viene a ser algo parecido a vivir con las Manos cortadas, al no poder expresar abiertamente todo su sentir, todo su amor por alguien que ni mucho menos me esperaba: Salvador Dalí, su amante secreto (y con cuentagotas), su amor prohibido.
Sin embargo,
Ya era de noche.
Ahora vuelve a serlo
Y me doy cuenta
¡De que era un molino de viento!
Cáscara de nuez
Lanzada mar adentro
En mitad del revuelo
De oscuras voces
De, tal vez, su corte.
Pléyade gritando fuerte
Que no olvide de dónde...
De dónde viene.
Pues ¿cómo volver
De donde nunca saliste?
Ya era de noche.
Ahora vuelve a serlo
Para volver, sí,
A arder por dentro...
Me pregunto
Muchas veces
Dónde estará
Esa ciudad
Detenida
En el recuerdo.
Impasible,
Invulnerable,
Al temible devenir del tiempo...
Ciudad a la deriva
O... tal vez, no,
Siendo ilusión,
Mero reflejo
Asomado al Douro.
Ciudad de viajeros,
Viajeros de anhelos,
Donde reposan
Su sueño bohemio
En su efluvio:
Efluvio del Duero.
[…]
¿Embriaguez del Oporto?
Embriaguez... del Oporto.
«¡Quince años desde que dejé mi tierra! Si nací del mar y… ¡su sal! No me explico qué hago aquí en Berlín, tratando de encontrar el camino ¿que me lleve a mí? Ridículo.»
Salimar Moreno, malagueña de cuarenta años, dedica, mal que me pese, su vida, a la decoración de interiores —ajenos—, mientras el suyo brilla por la ausencia de orden ni concierto. Qué irónica la vida.
Otra jornada “memorable”, y gris, en el estudio compartido con Günter Schneider, su colega, a quien ignora adrede o, directamente, lo único que le importa es diseñar la distribución ideal —layout en su jerga— de la que cualquiera presumiría. De cabeza a mi programa: Marginados anónimos. Siempre hay una primera vez para todo, como todo toca a su fin.
De repente, quiebra el silencio una voz de niña inocente. Salimar lanza inútilmente una mirada escrutadora sin dejar
Pobre de ti, Estatua de Sal
Que, sin querer, ves la vida pasar.
Ves pasar hasta a una perdiz,
Nerviosa por que a sus polluelos
Les crece, en lugar de pico, una nariz.
Y de tan quieta que estás,
Cuida que no te salgan orzuelos,
No sea que, por ojos, luzcas su cicatriz
De tanto mirar al infinito,
Donde crees que perdiste tu libertad
Casi como monje capuchino.
El canto de la lluvia
Con sus ojos, me guiña,
Y espía en la noche oscura
Que, cruda, en su charco ahogo
Todo vestigio de mala vida.
Taciturna, cae
Para que yo
Me levante
Y bañe como Dios
Cuando da a comer
Manzanas maduras.
¿Maduras o, quizá, podridas?
Un tierno mordisco a su crápula pulpa
Y...
¡Adiós, mundo; bien hallado sueño eremita!
Canto de la lluvia, tu justicia... me bascula.
.
Tú, edificio acristalado conocido por jugar con el tiempo y otros amigos, de puertas afuera, pareces robusto, mas te sabemos frágil, transparente, indefenso; en efecto, ausente... a pesar de abierto prodigarte.
Por inquietarte, ni los rayos solares, a quienes tratas indiferente. A los ecos vespertinos, gran vacío les haces: los dejas en fila correr hasta que atrapado contigo queda el último; paso musí su camino incierto, ya errante.
Y la noche... Cuando ella llega, se asoma y asienta, de pronto te opacas, enmudeces en sombras que son tuyas y no alojas, aunque lo ameriten. Las rehúyes y conviertes en cortinaje perfecto de suave y dúctil tacto, que engalana la nostalgia irradiada por los crípticos ojos de una noctámbula luna, ya menguante en tu inconfeso delito y... capricho: que tú, Destino, rehúsas dejar de ser niño...