Se abrió a conocerla aun huraño.
Me pregunto
Muchas veces
Dónde estará
Esa ciudad
Detenida
En el recuerdo.
Impasible,
Invulnerable,
Al temible devenir del tiempo...
Ciudad a la deriva
O... tal vez, no,
Siendo ilusión,
Mero reflejo
Asomado al Douro.
Ciudad de viajeros,
Viajeros de anhelos,
Donde reposan
Su sueño bohemio
En su efluvio:
Efluvio del Duero.
[…]
¿Embriaguez del Oporto?
Embriaguez... del Oporto.
«¡Quince años desde que dejé mi tierra! Si nací del mar y… ¡su sal! No me explico qué hago aquí en Berlín, tratando de encontrar el camino ¿que me lleve a mí? Ridículo.»
Salimar Moreno, malagueña de cuarenta años, dedica, mal que me pese, su vida, a la decoración de interiores —ajenos—, mientras el suyo brilla por la ausencia de orden ni concierto. Qué irónica la vida.
Otra jornada “memorable”, y gris, en el estudio compartido con Günter Schneider, su colega, a quien ignora adrede o, directamente, lo único que le importa es diseñar la distribución ideal —layout en su jerga— de la que cualquiera presumiría. De cabeza a mi programa: Marginados anónimos. Siempre hay una primera vez para todo, como todo toca a su fin.
De repente, quiebra el silencio una voz de niña inocente. Salimar lanza inútilmente una mirada escrutadora sin dejar
Pobre de ti, Estatua de Sal
Que, sin querer, ves la vida pasar.
Ves pasar hasta a una perdiz,
Nerviosa por que a sus polluelos
Les crece, en lugar de pico, una nariz.
Y de tan quieta que estás,
Cuida que no te salgan orzuelos,
No sea que, por ojos, luzcas su cicatriz
De tanto mirar al infinito,
Donde crees que perdiste tu libertad
Casi como monje capuchino.
El canto de la lluvia
Con sus ojos, me guiña,
Y espía en la noche oscura
Que, cruda, en su charco ahogo
Todo vestigio de mala vida.
Taciturna, cae
Para que yo
Me levante
Y bañe como Dios
Cuando da a comer
Manzanas maduras.
¿Maduras o, quizá, podridas?
Un tierno mordisco a su crápula pulpa
Y...
¡Adiós, mundo; bien hallado sueño eremita!
Canto de la lluvia, tu justicia... me bascula.
.
Tú, edificio acristalado conocido por jugar con el tiempo y otros amigos, de puertas afuera, pareces robusto, mas te sabemos frágil, transparente, indefenso; en efecto, ausente... a pesar de abierto prodigarte.
Por inquietarte, ni los rayos solares, a quienes tratas indiferente. A los ecos vespertinos, gran vacío les haces: los dejas en fila correr hasta que atrapado contigo queda el último; paso musí su camino incierto, ya errante.
Y la noche... Cuando ella llega, se asoma y asienta, de pronto te opacas, enmudeces en sombras que son tuyas y no alojas, aunque lo ameriten. Las rehúyes y conviertes en cortinaje perfecto de suave y dúctil tacto, que engalana la nostalgia irradiada por los crípticos ojos de una noctámbula luna, ya menguante en tu inconfeso delito y... capricho: que tú, Destino, rehúsas dejar de ser niño...