Tras un velo
cuelgan de un rostro,
caído del cielo,
dos “zafiros”.
cuelgan de un rostro,
caído del cielo,
dos “zafiros”.
En lágrimas
diluïdos,
son diamantes
no pervertidos.
diluïdos,
son diamantes
no pervertidos.
Tras un velo
dos zafiros
se ennegrecen
cual cuero curtido.
Y se “queman”.
Humeantes cirios
y un candelabro
ya no bastan.
Se han perdido.
Ya se han
ido.
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