18 febrero 2015

El Errante Ermitaño








Anduve por un bosque frondoso
y, a la par corría un arroyo susurrante,
el cual mis pies rondaba celoso,
pues sus guijarros no eran tan radiantes.

A lo lejos, un repicar cantaba ruidoso;
y no era más que un campanario errante,
ermitaño, como aquellos parajes.
Me crucé, así, con seres pasmosos.

Éramos uno, danzando descalzos:
el riachuelo, mis pies y sus brazos;
era la música de las hadas del campo.

Un tono detrás de otro, a pedazos.
Más tenue, más fuerte, a golpetazos...
Así es la sinfonía de los Madrazos.



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