16 de junio de 2017. Entre las
22:00h y las 22:08h. Noche cuajada de estrellas. Calle desierta. Pasos
contados, amparados por la cerrazón cómplice. Respiración forzada, discontinua.
Una intención. Algo se acerca. Repica un timbre. Una puerta de par en par.
Sorpresa. Rabia. Traición. Tres fogonazos. Tres ecos. Tres últimos suspiros. Graznidos
lejanos. ¿Ajuste de cuentas? Tiverton Avenue viste de púrpura. Una frase
marginal en el aire… «Recuerdos de tu amigo ‘El Chapo’…»
31 enero 2018
28 diciembre 2017
Piel con Piel
Sus
ojos susurraron un ‘te quiero’
con
sólo probarla.
Sus
labios vieron su sueño afirmado
con
sólo rozarla.
Sus
manos aspiraron de sus poros
su
esencia entera.
Su
pecho dilató, latió y saltó, y, al tiempo,
lo
hacía el de ëlla.
Sus
cabellos trémulos peinaron
su
risa en el viento.
El
sudor y sus gotas sopesaron
las horas
en su lecho.
Un
estremecimiento apurado,
derritió el hielo…
23 noviembre 2017
Corazón de hojalata
Mayores del mundo
Condenados al ostracismo,
De pletórica juventud
Y miles de sueños anidados,
Hoy deambulan –los más– mendigando
De su gente, atención y consuelo.
Es obvio que están en su derecho.
Sus mentes a sus recuerdos imploran
Que cuando emprendan su viaje,
No les olviden a ellos
Y convertidos acaben
En lanceadores de molinos eternos.
Mas son artistas indirectos
Pues de lo que un día fueron
Tan solo restan tristes caricaturas
De sus antañas aventuras.
¿Y cómo así? ¡Hay que asear las calles
De bocetos inútiles,
Cuando menos, infames!
Y ¡qué mejor manera de archivarlos,
Que en carpetas con forma
De “hogar de ancianos”!
Se conforma la senectud,
entonces,
–Si le respeta la suerte–,
Con celebrar sus bodas de esmeralda,
Pues si se dice que hay sequía,
Es porque sobra corazón de hojalata…
22 noviembre 2017
Prólogo
«Los tiempos cambian pero, más que cambiar, se repiten cíclicamente con ligeras variaciones. Bajo dicha premisa, esta novela me invita a hablar sobre la teoría acerca de la existencia de… ¿vidas pasadas?, ¿de cómo su influjo persiste a lo largo de la propia vida de cualquier individuo?, ¿de que dicha influencia puede que no sólo abarque años, lustros o décadas sino también siglos (como es mi caso)? De lo que sí os hablo con total seguridad es de la reacción ante situaciones límite, de cómo el Destino acaba reubicando cada “pieza” en su lugar, eso sí, a su debido momento; y de cómo el Amor (no sólo por uno mismo) acaba triunfando….
»En este sentido, comencé mi andadura como Leonard Orson Owen, soldado voluntario del Ejército del Potomac, luchando contra las aspiraciones secesionistas de la Confederación, imperante en los estados sureños durante la Guerra Civil para luego volver a la vida, ya inserto en nuestra era, bajo una nueva identidad: Noah David Brown, encarnando así al médico que pedí desesperadamente instantes previos a fallecer en acto de servicio, viéndomelas desde entonces contra enfermedades del Sistema Nervioso Central –vía quirúrgica– en uno de los mejores hospitales de Los Angeles, California.
»Sin embargo, no fue ése mi único “frente abierto”, pues en esta reencarnación descubrí que no vine solo; me vi envuelto en una relación amorosa apasionantemente conflictiva; intenté incluso convivir con las incursiones esporádicas en mi día a día de “mi supuesta vida pasada”, si es que no es producto de mi delirio por culpa de mis constantes dolores de cabeza, además de compaginarlo todo con mi otra faceta: la de espía. ¿Mi misión? Es un secreto, obviamente. Sólo me atrevo a compartir contigo dos palabras: Normand Jones, o N.J. que es como lo conozco. ¿Habrá algo más tras este sujeto y que no conste en la información suministrada por mi mentor? Con independencia de aquello, espero que mi carrera como médico no se resienta por semejante compromiso. Mi gran temor, no obstante, es verme obligado a luchar contra mí mismo como daño colateral. Lo único que saco en claro es que TODO empieza y termina en CASA…»
18 noviembre 2017
Calladas
Calladas.
Hemos
estado calladas.
Calladas
aguantando en la sombra,
¿de
quién? De otra humana:
Violencia
la llaman.
Por
la sombra de un puño eclipsadas
o
un insulto o un grito o una patada,
pues
las hay cuya vida es defenestrada.
Lloros,
lamentos…
Éstos
silencian su alma
mancillada,
contrahecha,
ajada…
¿Por
qué no dicen nada?
¿Por
qué no hacemos nada?
Un
soplo, una escucha, una llamada…
Algo
dentro regurgita, oprime, anega, contagia
la
magia del miedo,
que
para pulsaciones de la carne mermada…
De
sueños rotos su historia,
promesas
cumplidas de frágil creencia:
proclamas,
marchas, pancartas que protestan
para,
finalmente, una cifra.
¿Cuál?
La
de una más enterrada:
una generación, una familia, una hija y una mujer,
calladas.
13 octubre 2017
Jaula de Oro
De
mirar perdido, rostro angelical,
cautiva
anda –y es– de su pensamiento.
Tal
vez sea aún del enamoramiento
o
tal vez de su desaliento infernal.
Lo
que la aterra es el deber marital:
sus
nupcias forzosas, un descontento
y
el novio caduco, sin miramiento.
Una esclava en jaula de oro magistral.
Su
consuelo es el sombrero de paja,
que
con mano apasionada y ferviente
porta
consigo cual si fuera alhaja
(regalo de un querido, más ardiente),
por rescatar la sacrílega caja
donde desahogar su amor más hirviente.
04 octubre 2017
El hombre entre las sombras
La
noche avanzaba y, con ella, el mercurio iba poco a poco dándose una pausa tras
los altos niveles que llegó a alcanzar durante las horas críticas del día. Era
viernes y a esa hora el bulevar cobraba vida, más de la que solía acostumbrar.
La gente caminaba en grupitos de cuatro a cinco personas e incluso seis,
jóvenes (mayoritariamente) comportándose unos como recién salidos de zonas a
las que aún no había llegado la civilización y otros, más modositos, andando
normalmente sin dar el espectáculo del siglo como los primeros; dedicaban su
tiempo de ocio a reír, bromear, comer sus golosinas, hacer algún que otro
apunte acerca de sus “galas” y, en general, ya planificaban qué garito de moda (y
asequible para bolsillos becados) iba a ser la próxima víctima de sus locuras
de fin de semana. No obstante, y como si fuera la nota discordante entre tanta
hormona revolucionada, pasaba al lado un trío de la segunda juventud, dos
mujeres y un hombre –éste último entre ambas y agarrado de los brazos– a los que
no les ruborizaba lo más mínimo ni los surcos que “maquillaban” sus rostros ni
su poco voluminosa cabellera ya cana, todo lo cual lucían con orgullo como en
un desfile de cuatro de julio; quien sabe, igual hasta iban algo achispados,
adelantándose así a la multitud en la edad del pavo. Completando el cuadro
generacional, Sharon, la atractiva pelirroja, ansiosa por llegar a la puerta de
su casa y tomar sus antidepresivos, tuvo la “buena suerte” de dar con un grupo
de quinceañeros que no hacían sino babear, berrear y dedicarle alguna que otra
“lindeza” subidita de tono al estilo de «¡Eh, tía buena, que estás para
comerte…!» o «¡Que no me entere yo que pasas “hambre”…!» y expresiones
similares, a las que Sharon hacía caso omiso salvo alguna que otra ocasión en
la que sí que puso verbalmente en su sitio a más de un impertinente. Para el
caso era lo mismo, su dolor de cabeza no remitía y para colmo su estado de
ánimo se había visto alterado (para mal) por culpa de esos niñatos. «¡Dios, es
que si los padres dedicaran más atención a sus hijos, no saldrían especímenes
como éstos…! ¡¡Un poco más de educación!!», criticaba mentalmente. Así,
mientras iba caminando por la acera, sonó la sintonía de su móvil. Con gesto de
incomodidad, hurgó en su bolso de ‘Tous’ hasta que extrajo el aparato. «¡¿Richard?!»
Era su ex. Cosa rara dada la forma ‘poco pacífica’ en que lo dejaron. La verdad
del asunto era que él quería intentarlo de nuevo, no era la primera vez que la
llamaba, más bien la acribillaba a llamadas, mostrando su desesperación y sus
ganas de hacer las paces. Sin embargo… «Lo que está muerto, está muerto y no se
puede resucitar…». Sharon, cerrando los ojos, cortó la llamada haciendo gala de
sus malos humos y archivó el teléfono en las profundidades de su bolso,
chocando con el llavero. Ya en frente de su puerta, abrió y, una vez dentro,
cerró con estrépito. Como desquiciada, soltó sus pertenencias sobre la repisa
del recibidor, encendió la luz y, como quien ha estado deambulando durante
cuarenta días por el desierto del Negueb, corrió a la cocina, abrió la nevera
donde guardaba una botella de dos litros de agua, se sirvió un buen vaso (del
cual bebió un pequeño sorbo para refrescarse la boca), localizó sus preciados
antidepresivos en la estantería de en frente, los cogió y los ingirió con el
resto de agua, dando un buen resoplido de alivio. Más relajada, se descalzó,
chutó a un lado sus tacones de vértigo y sin pensárselo dos veces fue a su
cuarto, se desvistió, fue al baño y se dio una ducha rápida; tras salir de su
reconfortante “inmersión”, se puso cómoda, se recogió el pelo con una cola de
caballo y una vez más liberada, salió al pequeño pasillo rumbo a la sala de
estar, desparramándose finalmente en su acolchado tresillo tapizado con loneta
a rayas azul marino cuando su móvil volvió a sonar, pero esta vez se trataba de
un mensaje. «¿Será otra vez el pesado de Richard?», murmuraba Sharon. Con sus
pies desnudos, pegados al suelo por la forma de andar arrastrándose, pudo
llegar de milagro a la repisa donde hubo dejado su bolso nada más entrar; lo
abrió, volvió a introducir su mano en el interior, rescató el teléfono de entre
todos los enseres que portaba (incluido el set de maquillaje para los
retoques), lo volteó y en la pantalla luminosa leyó quién era el remitente. «¡¿Arianna?!
¡¿Ahora me mandas un mensaje, después de haberte esperado delante del hospital
como una idiota tanto tiempo?! A esta chica no hay quien la entienda… Pues
menos mal que era “sólo” un informe….» Procedió a abrir el mensaje:
«Hola, Sharon.
Mira, ¿estás en casa? Siento lo de antes, pero es que no te vas a creer lo que me ha pasado. Bueno, besos. Contesta,
en cuanto puedas».
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