De
mirar perdido, rostro angelical,
cautiva
anda –y es– de su pensamiento.
Tal
vez sea aún del enamoramiento
o
tal vez de su desaliento infernal.
Lo
que la aterra es el deber marital:
sus
nupcias forzosas, un descontento
y
el novio caduco, sin miramiento.
Una esclava en jaula de oro magistral.
Su
consuelo es el sombrero de paja,
que
con mano apasionada y ferviente
porta
consigo cual si fuera alhaja
(regalo de un querido, más ardiente),
por rescatar la sacrílega caja
donde desahogar su amor más hirviente.
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