04 octubre 2017

El hombre entre las sombras




La noche avanzaba y, con ella, el mercurio iba poco a poco dándose una pausa tras los altos niveles que llegó a alcanzar durante las horas críticas del día. Era viernes y a esa hora el bulevar cobraba vida, más de la que solía acostumbrar. La gente caminaba en grupitos de cuatro a cinco personas e incluso seis, jóvenes (mayoritariamente) comportándose unos como recién salidos de zonas a las que aún no había llegado la civilización y otros, más modositos, andando normalmente sin dar el espectáculo del siglo como los primeros; dedicaban su tiempo de ocio a reír, bromear, comer sus golosinas, hacer algún que otro apunte acerca de sus “galas” y, en general, ya planificaban qué garito de moda (y asequible para bolsillos becados) iba a ser la próxima víctima de sus locuras de fin de semana. No obstante, y como si fuera la nota discordante entre tanta hormona revolucionada, pasaba al lado un trío de la segunda juventud, dos mujeres y un hombre –éste último entre ambas y agarrado de los brazos– a los que no les ruborizaba lo más mínimo ni los surcos que “maquillaban” sus rostros ni su poco voluminosa cabellera ya cana, todo lo cual lucían con orgullo como en un desfile de cuatro de julio; quien sabe, igual hasta iban algo achispados, adelantándose así a la multitud en la edad del pavo. Completando el cuadro generacional, Sharon, la atractiva pelirroja, ansiosa por llegar a la puerta de su casa y tomar sus antidepresivos, tuvo la “buena suerte” de dar con un grupo de quinceañeros que no hacían sino babear, berrear y dedicarle alguna que otra “lindeza” subidita de tono al estilo de «¡Eh, tía buena, que estás para comerte…!» o «¡Que no me entere yo que pasas “hambre”…!» y expresiones similares, a las que Sharon hacía caso omiso salvo alguna que otra ocasión en la que sí que puso verbalmente en su sitio a más de un impertinente. Para el caso era lo mismo, su dolor de cabeza no remitía y para colmo su estado de ánimo se había visto alterado (para mal) por culpa de esos niñatos. «¡Dios, es que si los padres dedicaran más atención a sus hijos, no saldrían especímenes como éstos…! ¡¡Un poco más de educación!!», criticaba mentalmente. Así, mientras iba caminando por la acera, sonó la sintonía de su móvil. Con gesto de incomodidad, hurgó en su bolso de ‘Tous’ hasta que extrajo el aparato. «¡¿Richard?!» Era su ex. Cosa rara dada la forma ‘poco pacífica’ en que lo dejaron. La verdad del asunto era que él quería intentarlo de nuevo, no era la primera vez que la llamaba, más bien la acribillaba a llamadas, mostrando su desesperación y sus ganas de hacer las paces. Sin embargo… «Lo que está muerto, está muerto y no se puede resucitar…». Sharon, cerrando los ojos, cortó la llamada haciendo gala de sus malos humos y archivó el teléfono en las profundidades de su bolso, chocando con el llavero. Ya en frente de su puerta, abrió y, una vez dentro, cerró con estrépito. Como desquiciada, soltó sus pertenencias sobre la repisa del recibidor, encendió la luz y, como quien ha estado deambulando durante cuarenta días por el desierto del Negueb, corrió a la cocina, abrió la nevera donde guardaba una botella de dos litros de agua, se sirvió un buen vaso (del cual bebió un pequeño sorbo para refrescarse la boca), localizó sus preciados antidepresivos en la estantería de en frente, los cogió y los ingirió con el resto de agua, dando un buen resoplido de alivio. Más relajada, se descalzó, chutó a un lado sus tacones de vértigo y sin pensárselo dos veces fue a su cuarto, se desvistió, fue al baño y se dio una ducha rápida; tras salir de su reconfortante “inmersión”, se puso cómoda, se recogió el pelo con una cola de caballo y una vez más liberada, salió al pequeño pasillo rumbo a la sala de estar, desparramándose finalmente en su acolchado tresillo tapizado con loneta a rayas azul marino cuando su móvil volvió a sonar, pero esta vez se trataba de un mensaje. «¿Será otra vez el pesado de Richard?», murmuraba Sharon. Con sus pies desnudos, pegados al suelo por la forma de andar arrastrándose, pudo llegar de milagro a la repisa donde hubo dejado su bolso nada más entrar; lo abrió, volvió a introducir su mano en el interior, rescató el teléfono de entre todos los enseres que portaba (incluido el set de maquillaje para los retoques), lo volteó y en la pantalla luminosa leyó quién era el remitente. «¡¿Arianna?! ¡¿Ahora me mandas un mensaje, después de haberte esperado delante del hospital como una idiota tanto tiempo?! A esta chica no hay quien la entienda… Pues menos mal que era “sólo” un informe….» Procedió a abrir el mensaje:
«Hola, Sharon. Mira, ¿estás en casa? Siento lo de antes, pero es que no te vas a creer   lo que me ha pasado. Bueno, besos. Contesta, en cuanto puedas».

Sharon, con cara de extrañeza y a la vez de intriga, dudó por unas milésimas de segundo mientras procesaba la información aparentemente inconexa y releyó el mensaje de su amiga. En nada, se puso a teclear con suma agilidad la respuesta y mandó su contestación. Transcurridos quince minutos, el timbre de su puerta sonó de forma estridente, quebrantando la ley de la tranquilidad y silencio tan deseados por ella…

Al otro extremo de la ciudad, los ánimos no estaban tan caldeados como en el bulevar pero sí que incitaban a pasear más tranquilamente, disfrutando de la brisa amable y del olor a comida y alimentos preparados que identificaba fielmente a una de las zonas más comerciales de Los Angeles y de mayor afluencia, pues esta mezcla de aromas tan peculiar, y que al mismo tiempo saciaba, permanecía todavía suspendida en el aire y sobre todo el del pan fresco de la ‘T&Y Barkery’. Aún quedaba desplegada, por descuido, alguna que otra sombrilla en las terrazas de restaurantes como el ‘Fitzi Dog’ o ‘The Gumbo Pot’, sobre las que medio dormitaba alguna que otra paloma descansando de sus últimos viajes migratorios. Entrando por la puerta número seis, un hombre con gabardina oscura que surgía de entre las sombras arrojadas por los puestos –a esa hora cerrados ya– avanzaba sigiloso por el corredor a través del que se accedía al patio occidental del recinto; lo primero que dejó atrás fue el ‘Deano’s Gourmet’ (a la izquierda) y el ‘Du-Par’s (a la derecha); cruzó rápidamente el patio en dirección al futuro ‘Papa Jake’s Sub Shop’ y giró a la derecha; continuó por el amplio pasillo que formaban los establecimientos de uno y otro lado, entre los cuales figuraba el ‘The Salad Bar’ o el ‘Gadget Nook Gourmet’; al fin y con convicción se plantó justo delante del ‘Sushi a Go Go’ (en la esquina) mirando, con impaciencia, su ‘Rolex’ edición coleccionista, el cual despidió el único destello en esa especie de ‘pueblo fantasma’ de sombras alargadas y deformes en que se había transformado el lugar; dicho destello fugaz sacó a relucir unas iniciales finamente talladas. «Las once y trece… ¡Humm!» De repente, y tras dos interminables minutos, desde la lejanía, el silencio se vio alterado por unos pasos que simulaban destrozar el pavimento en mil fragmentos como si se estuviera librando una batalla campal en ese mismo momento…; a continuación, aproximándose a pasos agigantados, se oía una fuerte respiración sumamente agitada, desbocada a consecuencia de un rápido e intenso esfuerzo físico digno de cualquier deporte de élite. ¡Si es que a esa persona casi se le salía el corazón por la boca! Igual ésta huía de alguien que la estaba persiguiendo o acosando, igual era alguien que intentaba ponerse en forma con ejercicios de fuerza-resistencia… pero ¿allí, en un espacio destinado al comercio al aire libre? Porque aquello no era precisamente un parque que sí acepta ese tipo de actividades más propias del deporte, aparte de juegos infantiles. ¡Si es que hasta un perro callejero, que olisqueaba en ese instante un triste muslito de pollo caído de uno de los puestos, empezó a ladrar rabioso por haber visto turbada su empresa! ¡Por dios, qué desfachatez! No por el mismo trayecto que aquel hombre, apareció otro, también ataviado con prendas oscuras pero de mayor envergadura que el primero. Éste último, tomando una gran bocanada de aire fresco para recuperarse, caminó con paso decidido hacia el ‘Sushi a Go Go’, entrando por la puerta número once. «Nunca falla…», se dijo el hombre surgido de entre las sombras, al oír intensificarse el ruido sordo y seco; girándose a la izquierda, de donde venían los pasos, saludó de esta forma:
-    ¿Qué hay de nuevo, ‘Rey Cobra’?

En West 8th. Street, casi al mismo tiempo…
-    Hola, Sharon…
Un «Hola, Sharon» en tono alicaído… Voz temblorosa. A Arianna se la veía desmejorada, como si hubiera pasado toda la noche anterior haciendo vigilia; tenía ojeras incipientes en el contorno de los ojos… y no precisamente por haber “trasnochado”; se podría apostar por que había estado llorando a lágrima suelta antes y durante todo el trayecto desde que le envió ese desesperado mensaje a su mejor amiga, y probablemente por una cuestión que, más que otra cosa, le tenía minada la moral.
-   ¡Pero cariño…! No habrás perdido otra vez las llaves, ¿no? ¡Ey…!
La otra no pudo contener el llanto, terminando de entrar en la casa, abatida, derrumbándose sobre el primer sitio que encontró.
-    ¡Ay, pobre…! ¡Me duele tanto verte así…! –dijo Sharon, con una voz tan enérgica que parecía, en lugar de consolarla, abroncarla, en medio de los dolorosos suspiros y las amargas lágrimas, las cuales ya inundaban uno de los abultados cojines del sofá; no obstante, le acariciaba la espalda a su amiga para mostrarle todo su apoyo. Llevaba viviendo con Sharon desde lo de Bradley, contra quien interpuso una denuncia por agresiones e intento de violación y la correspondiente orden de alejamiento.
-    ¡Lo intenté, Sharon! ¡¡Lo intenté!! Pero… no me creyó… ¡¡¡Noah no me creyó!!!
-    ¡¡¡Qué!!! ¡¿Qué Noah…?! ¡¡¡¿Pero que Noah está…?!!! ¡¡¿Pero eso cómo…?!! ¡¿Desde cuándo?!
-    Lleva tiempo aquí… tal vez… meses… por lo que me dijo él mismo… –se le quebraba la voz al hablar.
-    ¡¡No me lo puedo creer!! ¡¡¡QUE ESCANDALO!!! ¿Pero cómo ha podido ser tan…? De todos modos… ¡ves cómo al final le volviste a buscar! ¡Le necesitas más de lo que pensabas! No quiero echarte nada en cara…. pero por lo menos podrías haberle dado una oportunidad para asegurarte de si te mentía o no… Y no es por defenderle… Pero bueno, lo hecho, hecho está…
-    Era para contarle lo que sabía… Pero… Si es que iba tan nerviosa que, de camino a tu casa, hasta tropecé con un hombre que iba totalmente de negro… Si ni siquiera pude distinguirle la cara… Lo que sí sé es que esta noche ha sido un completo desastre… –farfulló cogiéndose la cabeza con manos temblorosas.
Después de haber escuchado el relato prosopopéyico y desgarrador de Arianna, Sharon quedó sumida en una vorágine de frustración, desconcierto, rabia y desconsuelo compartidos, pues jamás se hubiera imaginado que algo así pudiera haber sucedido y menos a su amiga del alma; con cara de perplejidad y resignación, de repente…
-    ¡Abrázame, Sharon, abrázame!
-    Tranquilízate, Arianna, calma; sé por lo que estás pasando… Lo sé. Sabes que me tienes aquí, pero necesitas más apoyos. Tienes que contarle esto a tu psicóloga pero, sobre todo,  también a tu madre…
-    ¡¡No!! ¡Mi madre no! –apartándose bruscamente–. Mi madre no puede saber nada de esto… Tiene que seguir sin saber nada de lo sucedido. No le dirás nada, ¿verdad? Por favor…
-    ¡Hum! A ver… no debería hacerte caso, pero… De acuerdo, seré una “tumba” –y la volvió a rodear con sus brazos.

Delante del ‘Sushi a Go Go’, se respiraba un ambiente de intriga y tensión que incitaba a pensar en una especie de baile de máscaras en el que sólo se acierta a distinguir siluetas anónimas envueltas en el traje etéreo y al mismo tiempo agobiante de la oscuridad, en ese momento, atronadora; aquellos dos individuos seguían de pie, en frente uno de otro, hablando casi en continuos susurros inaudibles e incomprensibles para el resto de la humanidad. ¿Hablarían en clave? Tanto secretismo y discreción con que actuaban los susodichos, hacía levantar sospechas en torno a sus actividades, a priori no lícitas, dado que si lo fueran hubieran zanjado el asunto a plena luz del día, a la vista de la “gente de bien” y no a esas horas tan comprometedoras. Pero no era este el caso… O sí y sin embargo lo que se traían entre manos era mucho más serio y peligroso de lo que cabría suponer, hasta el punto en que de dicho encuentro dependía la seguridad de muchos millones de personas.
-    ¿Está hecho?
-    Aquí tienes la carpeta con todos los documentos… No lo he tenido fácil esta vez pero…  creo que con estos “arreglos” bastará. Échales un vistazo si no…
-    ¡Huhum! –asintió, fajo en mano–. Perfecto como siempre… No obstante, noto cierta preocupación en tu tono de voz; no es para nada el habitual…
-    ¡Je! No es preocupación… Te lo aseguro… –dijo en tono algo burlesco–. Es más cansancio y aburrimiento –confesó haciéndose el desentendido–.
-    ¿Cansancio y aburrimiento? Explícate.
-    Pues que estoy harto de hacer siempre lo mismo y aburrido porque no puedo hacer cosas, digamos, más arriesgadas y más acordes con mis capacidades. Esto es más para un documentalista puro… ¡Vamos, un juego de niños! Yo necesito algo más, algo que realmente me motive… Necesito nuevos retos…
-    Qué pasa, pensaba que esto te divertía…
-    Y lo hace, pero me gustaría saber qué se siente haciendo un trabajo de “mayor riesgo”; ya me entiende…
-    Conque de mayor riesgo, ¿eh? Sabes que requiere de una exigencia física mayor y ya con lo que haces…
-    ¿Crees que no estoy preparado? ¿Que no daría la talla?
-    No es eso… Sólo que no me gustaría que acabaras fundido; eres de mis mejores, por no decir el mejor de mis agentes...
-    Ya. El caso es que yo tengo más bien poco, por no decir nada que perder y era ese el perfil que buscabais, ¿me equivoco?
-    ¡Puf! Me estás poniendo en un serio aprieto pero… De acuerdo. Está bien. Dentro de dos semanas el equipo ‘Delta’ partirá a Riad para capturar a ese tal Abdul-Aviv, un nexo directo con el ‘NEIT’ y que tiene secuestrados a esos pobres marines, para cuya liberación necesitamos los documentos que me has proporcionado esta noche. Con sus fotos manipuladas y estos historiales falsos, nuestros chicos volverán a casa, sanos y salvos. Te iré dando más detalles de la operación a lo lardo de la semana… Sólo mantén abiertas las comunicaciones. Del resto, me encargo yo. Veremos de qué material estás hecho… No me decepciones.
-    ¿Es una amenaza?
-    ¡Oh, no! Para nada. Te aseguro que no es ese mi estilo. Es sólo que estás a prueba… –miró su ‘Rolex’; eran las doce menos cuarto–. ¿Cerramos el trato?
-    Acepto el duelo.


Dándose la mano cordialmente (como dos buenos camaradas) y con un cruce de miradas más que desafiantes, se despidieron y marcharon por el camino opuesto al que vinieron, esto es, el uno marchó por donde el otro vino y éste último lo hizo por donde el uno, buscando el ‘San Vicente Boulevard’.


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