23 enero 2022

Halloween, mi segundo nacimiento









Mi nombre era Samuel. ¿Apellidos? Ya no importan tanto. ¿Razón? Bueno, cuando vas hasta arriba de metas como que pierdes el contacto con el mundo real. ¿Mundo real he dicho? Si creo que ni yo lo soy. Insisto, mi nombre era Samuel. Tengo cuarenta y ocho otoños y como tantos otros de mi quinta, sigo bajo un techo demasiado familiar para mi gusto.

Ya no aguantaba más esa noche.

«¡SOY UN HOMBRE!», le grité con saña a la apocada de mi madre. A mi padre había que darle de comer aparte; mi testosterona era mucho más potente que la suya, más vetusta. ¡Demasiado culto he sido para un hombre de su calaña! Y tampoco es que lo mereciera. ¿Puedo llamarme, entonces, justiciero?

Esa noche de novilunio fue mi cómplice silente: las dos de la madrugada del 31 de octubre de 2011. Ese día representó mi muerte pero también el nacimiento de un nuevo ser: quien soy hoy.

Esa noche como digo, iba ciego como nunca antes. Esa sensación de cero límites ¡no tenía precedentes! Estrechas en mayoría, deambulé por calles sin nombre, huérfanas... ¿Seguía siendo Soria? Carecía de rumbo aparente hasta que me topé con una tía vestida totalmente de negro, incluido su sedoso y espeso cabello. Atractiva a más no poder; ojos lascivos... ¿O era un tío? Poco importa. Lo que desconozco es cómo lo hizo, pero se comunicó conmigo por telepatía.

Me arrastró a un rincón.

Salvajes, los orgasmos se sucedieron.

Visto y no visto.

Desapareció.

Sin embargo noté algo suyo dentro de mí; aquello era poderoso e inenarrable a la vez. ¿Demasiado culto? Más bien era un bulto del cual desaherme.

Lo necesitaba.

Sentí sed.

En breve, la casa de mis padres.

¿Levité?

Todo oscuro.

Cuchillo en mano.

Su habitación.

Dormían.

Aquello fue una sangría; Déxter Morgan, un bebé a mi lado.

¿Apellidos?

¿Mi nombre era Samuel?

Mejor llámame... Mister Blood.

27 diciembre 2021

Misión: deseo cumplido








Doris Galván, de profesión divorciada —no una ni dos veces, sino que iba por la sexta–, parecía estar afiliada a bailar con el más feo. Se hallaba en el ocaso de los cuarenta, sin hijos y sin canas en su aún voluptuosa cabellera castaña. Era viernes noche. Por poner, se había puesto cómoda aparte de una película; sus favoritas eran las del Agente 007.
«Ya no es mi Pierce Brosnam, pero su sustituto tiene su aquel y tampoco es que me amargue jugar el todo por el todo en cierto Casino», se dijo mientras sacaba las palomitas del micro.

Acabó cogiendo el envoltorio por el borde superior para no abrasarse las yemas cuando oyó una especie de cortocircuito que hizo parpadear las luces. Aún en mitad del pasillo, la penumbra lo conquistó todo.

De pronto, una voz seductora quebró la umbría:

—¿Pero dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí, si hace nada que me querían coser a metralla...?
—¿Craig, Daniel Craig? ¡¿De verdad eres tú, perdón, es usted?!
—Mmm, depende de quién lo busque...

Girándose y viendo lo que tenía delante, rebajó su tono un tanto hostil:

—Bueno, más bien soy el Agente 007. Puedes llamarme Bond, James Bond –dijo extendiendo la mano.
—Ya, si ya lo veo, ya...

«Si es que estás mejor en persona; ¿deseo cumplido?», le tembló el pensamiento.

La Galván se relamió por dentro, a pesar de su asombro.

—¿Y con quién tengo el gusto?
—Galván, Doris Galván. Y la verdad es que tengo otra misión asignada para usted...
—Por favor, tutéame.

Acercó el suave y perfumado dorso a sus carnosos labios.
Lo cierto es que no hicieron falta las luces.
Prenda de seda y esmoquin besaban ya el parqué...

11 diciembre 2021

Un adiós disfrazado de volveré

 




Cuando te vi por primera vez en aquel parque, supe de inmediato que mi corazón, si latía, era por tu mirada gris diamante. Como también supe que justo allí me verías partir.

Recuerdo aún tu gesto divertido al tiempo que dividido pues, por un lado, entendías que era mi deber incorporarme a filas para luchar por la paz, más bien por ti pero, por otro, me dijiste que a partir de mi marcha vivirías al cincuenta por ciento y bajo la convicción de que siempre mantendrías vivo el recuerdo de lo nuestro y harías todo lo posible por seguir ayudando al prójimo cuando lo necesitara, como viste que hacía yo cuando nos conocimos y ahí nuestro amor fraguó.

Solté una carcajada teñida de congoja, dado que era consciente de lo que me dejaba atrás por una guerra a la que apenas encontraba sentido.

Sin embargo, en mi mente latía la frase inequívoca residente en la boca de cualquier soldado: «Todo por la Patria». ¿Pero la Patria lo daba todo por mí?

Fue entonces cuando se te ocurrió una idea. Me tomaste de la mano, reímos, saltamos, corrimos como dos críos hasta decir basta. En ese momento de hastío te susurré al oído que quería tenerte ahí adentro aunque fuera por escasos minutos; una, dos veces, las que hicieran falta.

Antes, pusiste en bucle esa canción en el Spotify para que mientras lo hiciéramos sonara, entre otros, un inolvidable verso: «[…] Nada por lo cual matar o morir». Pero también recuerdo que te dije: No te equivoques, Oscar; morir moriría y muero por tí.

Me despedí lenta y tiernamente con un adiós disfrazado de volveré y lo mejor de todo es que tú lo sabías, porque me iba al frente cargada con la munición de tu amor.

Ya van cuarenta meses desde aquel 5 de mayo de 2008.

Va de tostadas la cosa...

 



—¡Telma! ¿Dónde andas? ¡Libros! ¡¡Libros!! ¡¡¡SIEMPRE LIBROS!!! ¡¡Déjalo ya y ven a la cocina!!

—Descuida, mamá; ya vendrá. Seguro que está en la ducha. Siempre ha sido una lentorra.

—Mira, Luisa... Que sea tu hermana no es excusa para que la justifiques todo el tiempo. Así que tengamos la fiesta en paz. ¡Tú, como tu padre, siempre mimándola!

—Buenos días, cariño; familia. ¿Hablábais de mí?

—Otro creyéndose el ombligo del mundo...

—¿Ombligo? Primero que todo, suaviza esos ánimos. ¿Se puede saber qué tripa se te ha roto? Siempre igual. ¿Te apetece que esta noche te lleve a cenar y recordamos «viejos tiempos»?

—¡Qué buena idea, hijo! Creo que os merecéis un poco de intimidad. Ya bastante hacéis por nosotros, mantener la casa, el trabajo.

—¿Quién te dio vela en este entierro, doña Perfecta?

—¡Lo ves! Papá, Telma y la abuela tienen razón. Contigo no se puede hablar. Lo tuyo es «ordeno y mando». Papá, ¿me pasas el zumo de arándanos?

—Por supuesto.

—¡Santo cielo, esta niña es incorregible! ¿Podremos desayunar juntos y en paz en esta santa casa? ¿Se puede saber dónde se metió tu hermana?

El bebé empezó a llorar.

—¡Déjala, Carmen! Se estará poniendo guapa para ver al novio, que estará al caer. De «alguien» lo aprendería. Entre eso y el manuscrito que la trae de cabeza, ya me dirás.

—¡No me cambies de tema, Andrés. Además, lo mío era diferente.

«Sí, sí...», musitó Luisa.

—Bueno, aparte, ¿no tenía que entregarlo hoy como fecha límite? –apuntó doña Perfecta.

—Es verdad, pero anda, Luisa. Haz el favor...

Dejó al bebé en brazos de su abuela.
Avanzó hacia el cuarto de su hermana.
La puerta, entreabierta.

—Te estamos esperando para desayunar.

Sin respuesta.

«Vaya, estará profundamente dormida.»

Ya dentro, la zarandeó con suavidad. Nada.
Un segundo intento más vigoroso. Tampoco.
Posó dos dedos sobre el cuello...

—¡Dios mío! ¡Venid! ¡Telma está...!
—¡Tostada, que se te quema la tostada! ¡Vamos, bajad de una vez!

¿La meta a cien metros?


Tenía que hacerlo. Esta vez no se conformaría con acariciarlo. El preciado metal debía acabar adornando su cuello. Eran los Juegos Olímpicos y quería que el pueblo japonés recordara su nombre por siempre. Amadou Okay era un atleta senegalés que venía con una meta clara: bajar de los nueve cincuenta y ocho de Bolt, afirmación que repetía constantemente, pero... «Si te quedas sin insulina, ya sabes cómo proceder», insistía su preparador físico.

Vista puesta en su calle: la tres. Corazón en un puño, justo el que tenía apoyado en la línea de salida. Boqueaba mientras se decía incesante que la medalla era suya. Sentía las sienes presionadas por un público tanto o más ávido de triunfo, amenazándole supuestamente con volverle la espalda para los restos, renegando de su existencia. ¿O era su mente la de la jugarreta? Comenzó a transpirar de forma abundante; le pareció estar viendo una constelación de estrellas danzantes. Bajó la cabeza.
Al ver la situación, varios responsables del evento se le acercaron preocupados por su estado.
Se retiraron en breve.

Okay les dijo que todo iba bien, que era su método de concentración. Al rato, el mismo aluvión de recomendaciones de su especialista agolpaban su cabeza nuevamente. «¡Ya, ya, ya lo sé!», voceaba para sí, ignorante de las miradas inquisidoras de las calles aledañas. ¿Lo tomarían por loco?

Al fin, la cuenta atrás. Todos en sus puestos. Adrenalina. Tensión. ¡El disparo! Calles centrales disputándose la victoria en menos de diez segundos con la aventajada siete. Contra pronóstico, la número cinco se alzó con el segundo puesto.

El marcador luciendo un nueve cincuenta y siete intermitente. ¡Un nuevo récord!

Okay... ¿Dónde estaba Okay? Dos cucharaditas de vinagre de manzana disueltas en ocho onzas de agua saciaban su garganta:

—¡A esperar otros cuatro años...!



25 octubre 2021

Sentirte quiero






#Reto4palabras 

Respirando me dejó tu amor infiel a través de una maldita cicatriz, la misma que, cual llama del averno, carboniza el crepúsculo de mi apocado sentir. Y aun así, en ese poema que compusiste y con el que me obsequiaste al morir, sentirte quiero y quiero vivir.

15 octubre 2021

Uno, dos, tres... ¡Libertad otra vez!







«—¿Cómo te llamas?—Amal.
—Soy sargento de la armada española. Ven conmigo, que yo te protegeré mientras arreglamos lo de tus padres; pronto estaréis juntos».

…………


Uno: No sé leer, contar... casi, pero lo que sí sé es que me moría de ganas por que mis papás montaran en el avión conmigo. Justo hoy, 20 de agosto de 2021, me ha dicho el sargento que llevo una semana en España y que, junto con otros niños y niñas de mi edad, somos afortunados por haber conseguido huír de los talibanes que están arrasando nuestro país.

Dos: Como el resto, echo de menos sentir de nuevo bajo mis pies el calor de madre de nuestra tierra, pero sueño con que el sargento y sus hombres lleguen algún día a limpiarla de la sangre que la ahoga para plantar allí mi huerto, como siempre les he dicho a mis padres. Pero no están para ayudarme, son ellos los que necesitan ayuda. Rezo cada día como me enseñaron para que vuelvan pronto sanos y salvos, pero parece que es poco. No sabré leer, pero me aprendí de memoria algunas frases del Corán que cantaban mis padres. ¿Te cuento un secreto? Creo que en realidad esas frases son hechizos que harán que se salven de esos monstruos que no quieren vernos felices. ¿Tuvieron ocho años alguna vez?

Tres: Es 30 de agosto. Mis padres no llegan. El sargento me ha traído una muñeca de trapo. Me ha dicho que le ponga nombre, pero no sé cuál ponerle:
—Se te ve lista. ¿Qué es lo que más te gustaría tener en estos momentos, aparte de tus padres? Podrías usarlo como nombre.
—¡Gracias, sargento! Pues... vivir como antes, sin guerras ni monstruos. Vivir en «libertad otra vez».... Entonces... ¡Libertad la llamaré!