A MI PADRE
¡Oh, preciada y preciosa perla!
Que cuando me miras, mi alma incendias.
Dulce dolor a mí me marchita
al saberme huérfana de tu sonrisa.
Con tus amables marfiles me elogias,
encumbras y, aún más, bonificas.
Eres preciosa, pues por ti misma alumbras;
preciada, pues mi mundo llora tu ausencia.
¿Luz o Sombra? Sólo tú lo descifras.
A Diamante en bruto ibas,
hasta el punto en que solo lucías
y cual divino orfebre te esculpías.
¿Necedad o Inteligencia? Sólo tú lo decidías.
Recto obrabas hasta el fin de tus días.
Digo ahora: ojalá en mi “cofre” persistas,
para no perderte nunca de vista.
Preciosa y preciada perla, que mi alma incendias.
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