roso de la propia guerra, habría olvidado apagar. Acto seguido y no pudiendo contenerse por más tiempo, se fundieron en un abrazo tan intenso que únicamente con ello bastaba para iluminarlo todo, avergonzando hasta a la pobre luminaria. «¡Oh, Dios! ¡Qué belleza tengo ante mis ojos, que ni mi imaginación alcanza! Solo por eso,
¿qué puedo hacer sino amarla locamente?» Los dos cuerpos, al natural, desprovistos de toda máscara, ninguna atadura, cual Adán
y Eva, fusionados en uno, en una torre tan robusta que se atrevía a desafiar los envites de una sociedad tan conservadora que, bajo
ningún concepto, toleraría la conjunción del blanco y el negro...
Así pues, resultaron dos organismos en continua fricción ascendente: cada gesto..., cada beso..., cada caricia..., ¡cada empuje...!
Todo ello iba descubriendo, poco a poco, el oasis de su piel, trayendo consigo un estremecimiento tan sublime que parecía pretender emular a un cerezo floreciente mecido por el siroco; quedaron de costado, observándose detenidamente, la una frente al otro.
¿Te gustaría saber cómo sigue? Aquí tienes la respuesta... O si lo prefieres, con este pasaje en clase business.
Desfruta del viaje.