En el ardor de un día
tuve una intensa visión:
Cien figuras venían,
mueven y licuan calor.
Tocaba sus ‘cornetas’
la manada con pasión:
debajo, al sol cometa,
reviviendo su emoción.
Una fuerte coraza
de acero, tendíase
a las anchas espaldas
de un viejo y oblongo evasé.
Lo curioso es que decía
que otras muchas tierras…,
¡polvo!, tocaron sus pies,
mas su hogar ninguna fue.
Sintióse en todas partes,
mas en ninguna a la vez,
entre lo que es probable,
mas no posible también.
Es la quiebra del cielo
la lucha incomprensible
de esos los cien devotos:
Salvan causa invisible,
pensamiento remoto…
Es fe en casos perdidos,
religión de aislamiento
cual nunca la ha habido…
Son ellos, todos ellos
incomprendidos suspiros…