En
sus pálpitos oye la senectud
las
resonancias del silencio
y,
emocionada,
contempla
en sus lágrimas toda hazaña
de
vidas pasadas;
esa
senectud,
decorosa
anacoreta de ceño rizado,
cuyas
níveas y tersas manos
de
lana, pues, primero fueron
y
cual ajados mitones se deshicieron.
Y
es que oye del alma la inquietud
por
saber cuál será su estación final
a
la que la lleva su expreso…
a
ninguna parte.
Y
es que sería esa la inquietud
de
la soledad de los muertos…
¡Oh
senectud!
Sin
quererlo,
¿eres
viaje a ninguna parte…?
Mas
sólo espera que eso no sea cierto.
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