Este relato y microrrelato se engloban en el reto de escritura creativa #EstrellasDeTinta creado por Katty COOL. Las normas son estas para poder participar y así entender la dinámica.
AVISO: Hay contenido sensible (TW) solo en el relato
Indicios
Relato:
—Teníamos
todas las esperanzas de encontrarlas junto a la embarcación. Sin embargo, hemos
podido rescatar sus efectos personales: una mochila negra que presumiblemente pertenezca
a una de las desaparecidas y un cuaderno en blanco salvo por la primera página.
Usted fue la última persona que las vio con vida, lo que no implica que tengamos
que lamentar pérdidas humanas puesto que no se han hallado indicios de violencia
o restos de sangre… Dígame entonces ¿cómo diría que era la relación entre las susodichas?
—Mire señor
agente… no sé qué es lo que está insinuando pero ya le digo de primera mano que
son un encanto de criaturas. Es más, si así lo desea, le puedo dar el nombre del
restaurante en el que me invitaron a comer…
—Entiendo,
doña… ¿Sofía me dijo que se llamaba?
—Ese es
mi nombre. Le doy mi DNI y lo comprueba.
—Me fío
de su palabra, no es necesario. Pero retomando la investigación…
—Se estaban
conociendo. De hecho, una era natural de Málaga, Ángeles se llama pero el apellido
es italiano… ¿cómo era? ¡Ah, sí, Pausini, como la cantante! Le venía de su abuelo
que se afincó en tierra andaluza. Nos lo contó mientras comíamos en el Café
Tucán, que fuimos en un coche alquilado por ambas.
—Sí… a
unos diecisiete kilómetros de aquí. Lo conozco. Alguna que otra vez he llevado
a mi mujer a cenar allí. Hablaremos con el dueño del local para continuar con nuestras
pesquisas y contrastar versiones. Y cuénteme, me dijo que se hospedaban en aquella
casa rural que está al final del camino. ¿Conoce por algún casual por cuánto tiempo?
—Durante
la comida, María dijo que había contratado un tour de una semana para visitar Rumoroso
y así Ángeles podría tener la oportunidad de conocer la localidad mientras pasaban ese tiempo juntas. Y hablaron de que terminarían la experiencia con una ruta en barca
por el Pozo… Cuando salimos del Café, nos dimos los teléfonos. Y yo llamé y llamé
pero o estaba apagado uno o saltaba el contestador en el otro. No sabía qué
hacer.
—Ya. Por
tanto diría que su relación era más que cordial… ¿La tal María era de por aquí?
—Por supuesto,
señor agente. Ya le digo que María la quiso sorprender y lo consiguió. Las veía
muy ilusionadas. Hacen muy buena pareja a juzgar por cómo se miraban.
—Entiendo.
Tomo nota de los mismos y procederemos a rastrearlos. ¿Y todo eso cuándo ocurrió
exactamente?
Aquel viernes
6 de enero fue la última vez que doña Sofía tuvo contacto con las desaparecidas,
tal y como le aseguró a Joaquín Cobo, inspector a cargo de la investigación. Junto
con la brigada asignada, decidió desandar el camino recorrido por la pareja y ello
incluía entrevistarse con el dueño de la casa rural a fin de arrojar más luz sobre
el asunto.
El domingo
8 de enero no pareció dar tregua. Los avances meteorológicos no eran muy halagüeños;
continuaban las perturbaciones cual si fueran teloneras contratadas específicamente
para que precedieran a la estrella del espectáculo: la tormenta. La función prometía,
pues hizo acto de presencia entre tamborrada plomiza y destellos de fuegos artificiales
esporádicos y por distintas localizaciones en el cielo. Tal era la actitud inclemente
del tiempo que toda suerte de animales autóctonos corrían raudos en busca de refugio
que les diera cobijo. Y quien dice animales, dice también personas, en especial:
—¡Corre,
Ángeles! ¡No te sueltes de mi mano! Que ya casi estamos.
—¡No lo
haré, María! ¡Menos mal que al final no nos subimos a esa barca por recomendación
del monitor! ¡Ahora la tormenta arrecia y si no llegamos lo antes posible a la guarida
que tú dices, terminaremos hechas una sopa!
Y en efecto,
llovía a mares y encima soplaba una ventisca enfurecida enviada desde el noroeste.
Sorteando hierbas y matojos, oyeron de nuevo otro rugido del tiempo, el cual se
dilataba, haciéndose todavía más denso y desquiciante, hasta tal punto que ninguna
de las integrantes de la incipiente pareja estaba siendo consciente de si tocaban
el suelo o directamente levitaban o, incluso, si volaban como ángeles. ¿Cómo ángeles?
¿Es que acaso lo eran y experimentaban una ilusión de vida como extensión de la
terrenal? Ni mucho menos. Tan solo se sentían sobrecogidas por la situación, pero…
¡ahí estaba!
El gran
sentido de orientación de María, quien era buena conocedora del bosque que las intentaba
envolver, las guio hacia la entrada de lo
que parecía constituir una gruta excavada en la mismísima falda de una pequeña peña,
por la mano inigualable y prodigiosa de la madre naturaleza. Cansadas por el sobresfuerzo
realizado, se aventuraron a pernoctar en su interior a priori abrupto pero acogedor
dadas las circunstancias:
—¡Ufff,
menos mal que conseguimos evitar que ese pobre arce se nos viniera encima!
—Sí, Ángeles.
Por los pelos. ¿Es cosa mía o nos hemos salvado por tu nombre?
Ambas se
echaron a reír, lo que propiciaba que se instaurara la relajación en sus cuerpos
estresados.
María retomó
la conversación:
—Es cierto.
El pobre arce no pudo resistir el sablazo propinado por aquel rayo traidor; como
si se la tuviese jurada. En fin. Pero no hay mal que por bien no venga: recogí los
suficientes trozos de su madera y ahora tenemos material para hacer una hoguera
con que entrar en calor.
—¿Viniste
con un manual de supervivencia en lugar de pan bajo el brazo? Y si tan lista eres
¿me podrías decir cómo harás fuego si ninguna de las dos lleva encima un mechero?
Imposible por mi parte, yo no fumo. Tú no lo sé…
—Cariño,
eso no va tampoco conmigo. Aprecio demasiado mi vida y la de la naturaleza que me
vio nacer, así que tranquila que por mi parte no cae esa breva.
—Y me alegro
de que no fumes pero sigues sin responder a mi pregunta…
—¡Ay, mujer
de poca fe! Cosa que me extraña viniendo de donde vienes, del sur. Suerte que no
me dejé la mochila en aquella barca; lástima que tú sí y esa libreta de mariposas
que pensaba regalarte…
—¡Oh, qué
detalle por tu parte! ¡Muchas gracias, Mari! Porque puedo llamarte así, ¿verdad?
—Llámame
así si gustas y ser, seré lo que tú quieras que sea…
Sus ojos
emitieron un brillo como nunca antes, más intenso si cabe que los del propio rayo
que atravesó aquel árbol; se miraron de un modo especial. Un rubor revoltoso anegó
el rostro de la Pausini.
—¿Entonces?
—¿Entonces
qué? –contestó María, juguetona.
—¿El fuego?
Hábil,
la susodicha extrajo de su mochila los restos del malherido arce y los apiló casi
en el centro de la oquedad, donde consideró que no había tanta concentración de
humedad, montón que rodeó con unas cuantas piedras. Valiéndose de yesca y pedernal,
logró arrancar unas cuantas chispas, las suficientes como para crear una pequeña
hoguera.
¿Las suficientes?
—Contigo
al lado me siento más protegida. Yo la verdad que no sabría desempeñarme tan diestramente
como tú en entornos como este. Vivir en la capital de provincia es lo que tiene.
¿Tanto se me nota que soy esencialmente urbanita?
María se
tronchó de la risa.
—Se te
note o no… a mí me fascinas igual. Lo hiciste desde el momento en que vi tu foto
de perfil. Me dije: a este bellezón no lo puedo dejar escapar y, aquí estamos. Ahora
bien, no pienses mal, que esta tormenta para nada estaba entre mis planes como tampoco
tengo mucha pinta de ser ‘Tormenta’ de los X-Men. Y… ¡oye, debes de estar empapada!
¿Te presto algo de ropa que llevo en mi mochila, ponemos la tuya a secar y te arrimas
al fuego? No quisiera que pillaras un constipado…
—Sabes
qué. Tengo una idea mejor y creo que esta hoguera, que ya arde de por sí, hasta
se nos quedará pequeña…
Al día
siguiente, el inspector Cobo ya estaba cotejando las triangulaciones efectuadas
por su equipo especializado. Uno de los móviles señalaba una ubicación clara. Doña
Sofía, pendiente en todo momento de cualquier avance en la investigación, pidió
ir con ellos en el Jeep.
—Está
bien, doña Sofía. Pero con la condición de que nos deje hacer nuestro trabajo.
—Por supuesto,
inspector. Me mantendré al margen. Solo quiero comprobar que están bien.
Al cabo
de veinte minutos de trayecto, el arce quebrado.
—¡Oh, Dios! Que no les haya pasado nada…
—Señora…
Joaquín
Cobo trataba de manejar la situación.
Al rato,
la entrada a la cueva.
El haz
de luz de su linterna enfocó una hoguera en sus últimas brasas y, extasiados, tal vez embriagados por el elixir del
amor, dos cuerpos dormidos, pero también desnudos y arropados por una fina manta…
Eran las
ocho y media de la tarde, fría pero ya seca.
Interesante relato. Me gusta que sea continuación de otro que publicaste, aunque, pobres... ¡vaya momento para encontrarlas!
ResponderEliminarMe gusta el personaje de Sofía.
En cuanto al micro, es mini micro. No acabo de pillar muy bien de que va, la verdad.
Saludos y nos vamos leyendo.
Hola, Isabel!
EliminarQuizá no le haya dado el enfoque más adecuado al micro (objetivo número 10), pero vamos, solo quería hacer alusión a que la "Diosa" protegió en todo momento a la pareja, impidiendo por ejemplo que fueran aplastadas por el arce... Y como recompensa a mostrar su amor sin reparo alguno, les regaló tanto la Osa Mayor como la Menor. Y esa sería la historia de la "Diosa".
De hecho, el micro vendría a ser la historia de la deidad contada por María a Ángeles a su regreso a la casa rural.
En cuanto al relato, pues bueno, antes de ser encontradas, les dio tiempo a "hacer lo que tenían que hacer" 😉
Ante todo, gracias por el comentario. Como siempre, me sirve para continuar mejorando.
A ver si me organizo y me pongo con las lecturas; no me está dando la vida por el momento.
¡Nos leemos!
Hola! Me ha encantado el relato, creonque tienes una forma de narrar que incluso para la prosa tiene un toque poético. Menuda investigación, cono van siguiendo las pistas. Que mal rollo cuando casi les cae el arce y me ha encantado cuando estan intentando hacer fuego, conociendose, la conversación natural. No me esperaba ese final, me ha gustado.
ResponderEliminarEl micro muy boniti, de nuevo tirando hacia poesía, esa diosa protectora, muy original. Genial ^^ gracias por participar, te salió estupendo. Un abrazo.
.KATTY.