Cuando
el anhelo es lo único que tengo,
cronista de momentos pretéritos,
sueño dulce terciado a exabrupto,
palomas blancas a patitos feos,
el día a noche que apenas veo,
siento, oigo, cato y vuelo…
Donde
el anhelo es lo único que fluye,
vibración constante, infinito río
que arropa en sus ondas al árbol
caído,
la tormenta trae la calma que
luego huye
entre tanto martirio; entonces, los
cirios
se prenden honrando al destino cautivo.
Porque
el anhelo es lo único que mantiene
la carne a flote, presa del
tiempo,
rumor de un final que se antoja
cercano,
taimado, polvoriento, mejor
lejano…
O quizá es la mente cómplice en el
cuento
y terminar, así mismo, siendo
conscientes
de que provenimos de lo no
manifestado.
Quien
el susurro del silencio encuentre;
quien más allá va, sin reservas,
sin freno;
quien sepa entrever y ver lo que
se esconde
entre bambalinas del ente finito,
del cuerpo,
ése, ése será quien desmantele el
secreto,
que a buen o mal recaudo, llevamos
inserto,
a fuego lacrado, ora hendido, ora
ensalzado:
el anhelo del ser de luz, del Ser
Interno,
inconsciente y obviamente obviado…
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