19 enero 2019

Alarma








Si quieres entra, a condición de que no calles, tampoco brames ni nos falles. La alarma suena, señal que da inicio al rodaje. Cada paso que das, bien hacia delante o tres o cuatro hacia atrás, vienen a ser los minutos de cada escena, las tuyas, tu toma final. ¿Del día? ¿Tu corto o largometraje? ¿O tal vez haya más?


De nuevo algo así como un canto de abubilla, ¿te encuentras acaso a la vera de un frutal? ¿En el Sahara, Europa septentrional? Es lo de menos, tu mente migra igual. Es de nuevo la alarma, esta vez social. Aún de costado, el telón se descorre, tus ojos se ciegan invadidos de luz, la misma luz que te descubre, pese a que en un principio lo negaste o quizá soñaste, que no andas tan mal: al menos dispones de un techo donde resguardar, tienes comida, ropa… ¡amigos! y, cómo no, una cama desde la cual, y cada mañana, oyes y silencias la alarma.

Pero de tu mente no saldrá, aún suena pues sabes que podrías haber hecho más. Aunque si quieres entra, a condición de que no calles, tampoco brames ni nos falles. Una suerte es que tu alarma no esté ligada a una amenaza, bombardeo o tiroteo en la plaza más cercana. Las tomas se repiten, las escenas se suceden, ¿seguro estás en vigilia? Desconoces cuánto durarán, tan sólo deseas que sea lo justo, uno, un par de minutos y no más para no tener que recordar.

Sin embargo, la más importante de todas, tu alarma vital es que te encuentres al inicio de una nueva escena, de un corto o largometraje, que tu telón se descorra ¿una vez más o es la toma final?, que se cieguen tus ojos en otra avalancha de luz cenital. Sin permiso, te descubre el dilema central: despiertas, no sabes muy bien ni cuándo ni dónde estás, si por fin fuiste tú o, como acostumbras, interpretaste otro papel magistral.



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