18 marzo 2022

Ciento ochenta grados






Por un momento pensé que había acabado con su vida.
.................
Esa noche, estaba hecha un basilisco. No podía creer que mi novio de toda la vida ¡estuviera con otra al mismo tiempo que salía conmigo! ¡¿Por cinco años?! ¿En serio? Ahora entiendo que saltara el contestador cada vez que llamaba al fijo; al móvil, otro tanto... ¡Estaba con esa zo...! Y no quiero seguir porque...

Indiferente al bochorno que despertaba en los ojipláticos viandantes, abrí bruscamente la puerta de mi coche y me puse a conducir como si estuviera en la fórmula uno. Al rato, oí una sirena proveniente ¿del maletero? Qué va, no iba colocada ni mucho menos, bueno sí, pero de rabia y odio profundos hacia el que desde ese momento ya era mi ex.

Una patrulla de policía:

—¡Documentación! –me espetó el agente.

Muy mono, por cierto pero no tenía la noche para juergas. Accedí a regañadientes.

—Señorita, tendrá usted que acompañarme.
—¿De qué se me acusa? Que sepa que aún no he matado a nadie...

«Bueno, al cab... de mi ex podría, pero ¿merecería la pena?»

—No se lo quiero repetir de nuevo. Haga el favor de acompañarme a comisaría. Lleva su permiso caducado desde hace dos meses. Podemos solucionar esto de forma pacífica.

—Ok, ok, sin problema...

No acabó de filiarme.
Ni corta ni perezosa, me monté a la desesperada en mi auto; al acelerador no le di tregua. Me salté dos semáforos, casi me llevaba unos cuantos empellones. La poli a la zaga. A la tercera fue la vencida: un utilitario me destrozó uno de los faros delanteros. De rebote, derrapé y, de pronto, un golpe seco.

—Madre mía, ¿está usted bien?

Mi vida daba un vuelco de ciento ochenta grados por un flechazo...

09 marzo 2022

La señal





Venecia en plena ebullición. La noche está encendida. Revuelo entre vocerío y música atronadora. Serpentinas voladoras. Cerca de uno de los incontables embarcaderos donde se halla una reducida flota de góndolas, se encuentran de pie dos individuos de estatura media y con aspecto de ¿mosqueteros? ¿Quizás el propio D'Artagnan y Aramis? La penumbra, cómplice, conduce a confusión, pero bajo esas napias color porcelana y puntiagudas...

—¿A qué esperabas? Pensé que no me darías la señal nunca.

—Este disfraz de Porthos te favorece bastante. Yo también me alegro de verte.

—No es precisamente momento para bromas. ¿Lo hiciste o no?

—Calma. Pues yo creo que sí, es el mejor momento para bromas. De hecho, ¿no estamos en carnavales? ¡Y en su catedral, Venecia! Disfruta del momento. Nunca sabes cuándo será el último.

—Aún no has respondido a mi pregunta, Athos. Y ya se me está empezando a agotar la paciencia. ¿Lo hiciste o no? Es simple.

«Y ahora me viene con cosas simples…»

—Ya, simple… No, pero estoy a punto. Me las sigo ingeniando para estrechar más el cerco. Conoces de sobra cómo funciona este mundillo. Cualquier paso en falso y la soga aprieta hasta no dejar escapar aliento, amigo. Todo a su tiempo.

—¡Tiempo es justo lo que no tenemos! ¿O es que no lo entiendes?

—Pues claro que lo entiendo, mi querido Porthos...

Se fundieron en un inesperado abrazo… como los que hacen época, salvo por un pequeño detalle:

—Ay, mi querido Porthos. Y pensar que hicimos un pacto; todos para uno… Pero con lo que no contaba es que fueras tú el topo en nuestra organización. Buen viaje, amigo.

Le susurra al oído mientras este último cae a plomo al adoquinado.

Un destello plateado –y ensangrentado– inicia su descenso canal adentro.

Serpentinas voladoras tejiendo el cielo...

25 febrero 2022

Azarosa mariposa





«Entre una rosa y un clavel su majestad escoja», dijo un magnífico con cierta mofa. Eres de mis ojos la inocente y azarosa mariposa, que inunda sin querer de magia este vientre que es endeble Babel ¿capaz de conjugar el verbo amar y poder ser tu eterno cascabel?

24 febrero 2022

Tu musa





Desde el día en que nací, sueño con atracar mi velero errante en la orilla de tu piel cetrina. Culmina y sella con tinta carmesí ese poema prometido, que por desafueros y desventuras, se guardó para adentro aquello de que, pasara lo que pasase, yo sería tu musa.

22 febrero 2022

¡Benditas horas extras!






Era inevitable. Parecía mentira que hubiera transcurrido un año. De nuevo febrero y las «plumas de Cupido» parecían ser ubicuas... para mi fastidio. Aún su cara de espanto perduraba en mi memoria, incluso me asaltaba en la ducha o mientras me afeitaba. No era de extrañar que lo dejáramos, y de qué manera. Ni siquiera ella tenía la culpa. Simplemente, me pilló desprevenido. Parecía nuevo en esto. Qué remedio; el mal estaba hecho. Tenía que cumplir... con mi deber. Y dejémoslo ahí, al menos de momento.
Llevaba trescientos sesenta y cinco días en régimen de semireclusión domiciliaria hasta que me auto otorgara la «condicional» o recibiera otro encargo. Con solo pensarlo me dan arcadas y siento un arpón clavado en el corazón, atravesándolo de aurícula derecha a ventrículo izquierdo.

Maldigo el día en que todo sucedió. Fue rápido, sin vuelta atrás ni palabras de más. Estaba claro que con un trabajo así, sería imposible llevar una vida normal:

Las diez de la noche. Me planté en la oficina de su jefe con el sigilo que me caracteriza. Conocía los puntos ciegos, así que las cámaras de vigilancia fueron el menor de mis problemas. Despejado. Únicos testigos: el mobiliario y una impresora. El silenciador hizo el resto. La nuca del sujeto comenzó a sangrar y se desinfló cual globo. Un objetivo menos en la lista y por el que me pagarían un buen pellizco: era un pez gordo de la Calabresa. Fantaseé con la idea hasta que una voz a mi espalda me hizo bajar de las nubes: mi entonces novia; horas extras, y a buenas horas para mí. Se disponía a llamar a la policía, pero mi destreza fue más veloz.

Continúo en busca y captura a día de hoy, pero con otro encargo que me da de comer.

20 febrero 2022

¿De verdad que hice eso?





—¿Me podrías explicar de qué va todo esto? Porque no sé de qué me hablas, Tina.

—¿Te estás quedando conmigo? ¿No te acuerdas de esa noche y del espectáculo que montaste, Nadia?

—¿Yo? ¿Espectáculo? Creo que te confundes de persona. ¿Tan barriobajera te parezco? Pues siento desilusionarte, pero desde luego que no pertenezco a ese club tan selecto.

—¿Es cosa mía o de un tiempo a esta parte te has vuelto una cínica de libro? ¡Vamos, Nadia! Todo el mundo sigue recordando el bochorno que nos hiciste pasar. Fue lamentable por tu parte; totalmente en contra de la imagen tan formal y correcta que transmites en la oficina…

—Para el carro, Tina. ¡¿Ahora te las das de moralista…?!

—Pues deja que te refresque un poco la memoria, que evidentemente padece amnesia selectiva. Sí, Nadia, y no me pongas cara de estar escuchando una conferencia en chino mandarín.

—Tampoco me tomes por imbécil. No seas oportunista…

—¿Recuerdas la pasada cena de empresa? Estábamos todos salvo tú; nuestro jefe, de los nervios. Llegaste la última. Te presentaste en el restaurante como si fueras una estrella del Rock, engalanada con un más que sugerente abrigo de visión y con gafas de sol aun siendo de noche. Pero no fue tanto el abrigo el centro de atención, sino lo que había debajo: te lo desabrochaste y comprobamos con pudor cómo de bien contrastaban tus tacones de aguja negros con tu desnudez. Si era esa tu forma de declararte, lo llevas claro.

—¿Cómo? ¿En la cena? ¿De verdad que hice eso?




Terminado el descanso…

—Nadia, te estaba buscando. ¿Podrías venir a mi despacho?

Ya dentro:

—Usted dirá.

—¿Qué tal si quedamos esta noche? Y, por favor, ponte un calzado menos sofisticado, no vayas a abrirte la crisma otra vez.

23 enero 2022

Halloween, mi segundo nacimiento









Mi nombre era Samuel. ¿Apellidos? Ya no importan tanto. ¿Razón? Bueno, cuando vas hasta arriba de metas como que pierdes el contacto con el mundo real. ¿Mundo real he dicho? Si creo que ni yo lo soy. Insisto, mi nombre era Samuel. Tengo cuarenta y ocho otoños y como tantos otros de mi quinta, sigo bajo un techo demasiado familiar para mi gusto.

Ya no aguantaba más esa noche.

«¡SOY UN HOMBRE!», le grité con saña a la apocada de mi madre. A mi padre había que darle de comer aparte; mi testosterona era mucho más potente que la suya, más vetusta. ¡Demasiado culto he sido para un hombre de su calaña! Y tampoco es que lo mereciera. ¿Puedo llamarme, entonces, justiciero?

Esa noche de novilunio fue mi cómplice silente: las dos de la madrugada del 31 de octubre de 2011. Ese día representó mi muerte pero también el nacimiento de un nuevo ser: quien soy hoy.

Esa noche como digo, iba ciego como nunca antes. Esa sensación de cero límites ¡no tenía precedentes! Estrechas en mayoría, deambulé por calles sin nombre, huérfanas... ¿Seguía siendo Soria? Carecía de rumbo aparente hasta que me topé con una tía vestida totalmente de negro, incluido su sedoso y espeso cabello. Atractiva a más no poder; ojos lascivos... ¿O era un tío? Poco importa. Lo que desconozco es cómo lo hizo, pero se comunicó conmigo por telepatía.

Me arrastró a un rincón.

Salvajes, los orgasmos se sucedieron.

Visto y no visto.

Desapareció.

Sin embargo noté algo suyo dentro de mí; aquello era poderoso e inenarrable a la vez. ¿Demasiado culto? Más bien era un bulto del cual desaherme.

Lo necesitaba.

Sentí sed.

En breve, la casa de mis padres.

¿Levité?

Todo oscuro.

Cuchillo en mano.

Su habitación.

Dormían.

Aquello fue una sangría; Déxter Morgan, un bebé a mi lado.

¿Apellidos?

¿Mi nombre era Samuel?

Mejor llámame... Mister Blood.